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Cuentos de Inés Cabrera 27.09.2020

Vestida, desvestida Inés María Cabrera Pasaba muchas tardes en el departamento de mi abuela, un antiguo piso con varios dormitorios y salas. Ella me pasaba a buscar por el colegio y yo me quedaba hasta el anochecer cuando mi madre me buscaba luego que cerraba su negocio. Me divertía revisando las habitaciones llenas de muebles cubiertos de polvo. Una tarde me dediqué a abrir, uno por uno, los cajones del gran ropero que estaba en el que había sido el dormitorio de soltera d...Continue reading

Cuentos de Inés Cabrera 25.09.2020

Autos Inés María Cabrera Miró uno por uno los autos de su colección, colocados cuidadosamente en cajas transparentes dentro de varias vitrinas, que adornaban su amplio escritorio, clasificados de acuerdo a la marca, modelo y año de fabricación de cada uno de ellos. Sus ojos los recorrían con orgullo. Era una esplendida colección y los distintos modelos habían sido reproducidos hasta en los más mínimos detalles. Eran copias perfectas. Se sentó y colocó sobre el vidrio del e...scritorio sus dos nuevas adquisiciones, que sacó de un cuidado embalaje. Dos joyas, dos flechas. Un Mac Laren 57OS Coupé y un Lotus Evora Sport 410. Los observó como un médico a un paciente, minuciosamente. Con delicadeza abrió las alas de gaviota, la tapa del motor, observó cada detalle de la carrocería. Se levantó del cómodo sillón y buscó en los cajones de un armario, las revistas donde guardaba todas las que acompañaban a los modelos que había ido comprando, con las explicaciones sobre su fabricación. Por curiosidad, hacía mucho tiempo que lo tenía olvidado, abrió el último cajón donde guardaba los folletos más antiguos. Notó que debajo de ellos había quedado algo guardado. Levantó la pila de revistas y sacó los pequeños bultos. Los dos estaban llenos de polvo y descoloridos. Eran autitos hechos modestamente con cajas de cartón de galletitas y las ruedas con tapitas de plástico de botellas. Precarios ejes de alambre grueso les permitieron aún correr, con bastante velocidad, sobre el vidrio del escritorio cuando los empujó con suavidad. Los colocó sobre sus manos. No se dio cuenta que los ojos se le humedecían mientras los miraba. Los apretó contra su pecho. Se sentó frente al escritorio, corrió con el dorso de su mano derecha al Mac Laren y al Evora hacia un costado, donde siguieron brillando impecables. Dejo sobre el vidrio del escritorio los autitos de cartón. Cuando ya anochecía encendió la luz, se levantó y con una caricia que llegaba desde su infancia, los colocó frente suyo, junto a la computadora. Los recuerdos permanecían. See more

Cuentos de Inés Cabrera 22.09.2020

La misa (Martes G2) Inés María Cabrera Los tres trataban de no mirarse a los ojos. En silencio emprendieron el regreso a la casa. Su hermano hizo un comentario sin importancia. Él respondió distraído. Hacía frío, puso sus manos en los bolsillos de su campera. Ya había anochecido. La indiferencia se encogió de hombros. La recibió de nuevo con extrañeza. Sus otros profundos y oscuros sentimientos habían desaparecido. Solo ella permanecía, se repetía. Estab...a allí. Dos hombres caminaban lentamente por la calle una tarde gris y ventosa de otoño. Los adoquines estaban húmedos, lloviznaba. Doblaron en la esquina y caminaron hasta la Iglesia ubicada en mitad de la cuadra, una modesta copia en cemento de arquitectura gótica con altos arcos ojivales. Subieron los cuatro escalones hacia el atrio y allí se detuvieron. El hombre más alto, con algunas canas en su pelo castaño, decidido en sus gestos, despidió con un abrazo al otro, un poco más bajo. La coronilla de pelo que rodeaba su cabeza era del mismo color que el tupido pelo brillante del hombre más alto, el mismo perfil, los mismos ojos azulados, las mismas pequeñas orejas. El más bajo recibió el abrazo del más alto, pero no lo respondió. Aparentaba estar distraído observando la calle. Luego bajó rápido los escalones de la entrada de la Iglesia, dobló en la esquina, allí disminuyó el paso y se detuvo pensativo. Él no iba a asistir a Misa, ya no tenía sentido para él y sintió pena. Era otra pérdida dolorosa. Había sido creyente, ahora no estaba pensando en eso. Su mundo interior había cambiado. El hombre más alto entró rápido. La Misa ya había comenzado. Se acercó a la mujer que estaba en el penúltimo banco. Había muy pocos feligreses esa tarde oscura. Le dio un beso en la sonrosada mejilla. Ambos se observaron con una sonrisa cómplice. Cada tanto sus manos se rozaban. Ella usaba la alianza en el anular izquierdo, como el hombre que se había detenido en la esquina. Su marido esperó los cuarenta y cinco minutos que duró la misa guarecido bajo el toldo de un negocio cerrado. Estaba lloviznando. Se preguntó por qué la esperaba, qué lo obligaba a estar allí. ¿Cobardía? ¿Amor? ¿Reconocimiento de una verdad dolorosa? La inesperada respuesta le hizo sentir una oleada de calor: indiferencia, la pálida y desgastante indiferencia que había nacido en él casi sin darse cuenta. Tal vez, pensó, le evitaba el duro conflicto que podía producirse y lo acunaba con la comodidad del disimulo. Era un sentimiento nuevo. ¿Ella ya no le importaba? ¿Realmente era así? ¿Nada valía la pena? ¿Simplemente su vida transcurría acunada en la monótona indiferencia? Miró la hora en su celular. Lentamente se dirigió hacia la puerta de la Iglesia. Los feligreses ya comenzaban a salir. La Misa había terminado. Podemos ir en paz Los esperó en el atrio. Seguía lloviznando. Comenzaron a caminar juntos. Soplaba el viento húmedo del Este que empujaba la niebla del invierno, opacando las luces.

Cuentos de Inés Cabrera 02.09.2020

Lo estaba contando otra vez Inés María Cabrera Mi primo Jorge nos llamó por teléfono un mediodía. Nos sobresaltó a mi hermano y a mí, cuando nos pidió que el sábado lleváramos a nuestros ancianos padres a su casa de San Isidro, con la idea de reunir a la gente mayor de la familia, para que recordaran los acontecimientos de los tiempos pasados y los contaran una vez más. Nos explicó que pensaba escribir un libro recopilando esos recuerdos de la familia y por ese motivo orga...Continue reading

Cuentos de Inés Cabrera 25.08.2020

La bicicleta Inés María Cabrera Había comprado la Cannondale hacía poco tiempo. Brillaba en un tono rojo y plateado, los cambios pasaban uno a uno rápidos y silenciosos, obedientes. Estaba encantado con ella. Casi no necesitaba cuidados especiales, era perfecta. Hasta pasaba los baches casi sin sentirlos. Sabía que respondía bajo la lluvia sin patinar, tenía agarre. Él era, como siempre, de los que se arriesgaban sin casco y sin luces de posición, siempre había andado en esa... forma, pero a esta bicicleta la consideraba casi invencible, no sentía con ella ningún temor. En cierta forma era para él como el caballo para el paisano, una compañera inigualable, valiente y cumplidora en las buenas y en las malas. Esa noche húmeda, la Cannondale corría levantando una ligera bruma. Poco tráfico. Eso le permitió distraerse un poco. Recordó como un chispazo a su vieja Monti, flaca, sin cambios, las ruedas finitas, los frenos dudosos. Había regresado fantasmal del olvido. Otras la habían ido suplantando a través de los años, la Trek, la GT, pero ella había sido la primera de su adolescencia. También se recordó pedaleando hasta El Tigre con la flaca, cuando él todavía no tenía ninguna cana, con dolores por todo el cuerpo por los baches y la falta de amortiguadores, y en los veranos calurosos y húmedos, empapado de sudor, se vio de nuevo limpiando con un trapo las ruedas finitas que llevaban pegoteado el viejo asfalto blando del puente que cruzaba el río Tigre, recalentado y ablandado impiadosamente por un calor inclemente. Cuántos cambios, pensó, tantos como yo y mis bicicletas. Mientras doblaba la esquina hasta su casa, comparó la rápida colorada que dobló airosa, casi en el aire, con la otra, la finita, la del tiempo pasado y dudó. Los recuerdos se amontonaron, se entremezclaron, lo golpearon. Pero huyeron cuando la flecha roja frenó con soltura, elegante, e impuso su autoridad sobre el tiempo pasado. See more

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Teléfono: +54 9 11 6601-4925

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